Frío.
Tiembla cada parte de mi,
la noche me trajo el hielo que se incrustó en mi cuerpo. Al despertar, mi garganta llena de asperos clavos, donde no reconozco el sabor.
Esta temperatura que refleja mi interior, donde no dejo que entre ni un poco de candor. Miedo.
Terror. Desamor.
Es curioso, cómo al sentir el final, se agolpan recuerdos de los anteriores, entonces me acurruco sobre mí misma, intentando sentirme en el cálido abrigo del refugio uterino, imaginándome, soñandome, transformándome. Y ese refugio se convierte en miles de millones de años luz, de fugaces estrellas, de planetas extinguidos, y otros nacientes.
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